Con la gracia e ingenuidad de un auténtico campesino montaraz, Hernán Solís vuelve ahora a sus entrañables campos brumosos de Zarcero, pero lo hace con la madurez de un escritor curtido, académico, que domina el buen decir, y se ha transportado, desde las vacas mansas del río Espino, hasta los briosos camellos del desierto árabe, en un recorrido memorístico que, además de rescatar valores nacionales, resulta encantador para quienes amen el terruño.