Finalmente se entregó a esa tarea. Recuerdo su dedicación y empeño en escribir; las muchas conversaciones que sostuvo con correligionarios de aquellas gestas para recordar episodios que quería narrar, y otros tantos que prefirió omitir para no abrir nuevas heridas. Los borradores de los textos corregidos por papá en largas noches volvían a la máquina de escribir por la mañana, para terminar nuevamente en sus manos y enriquecerlos con el mismo cariño con que forjó tantas realizaciones a lo largo de su vida. Nuestro querido don Pepe decía con frecuencia que toda obra humana es mejorable siempre que exista la voluntad de hacerlo.

Son muchos los aspectos que podría resaltar sobre lo escrito en este libro. Prefiero que sea usted, apreciado lector, quien establezca cuáles desea recordar luego de haberlo leído. Sin embargo, existe un hecho que deseo enfatizar: el Pacto de Ochomogo.

Hacia finales de la guerra, las fuerzas revolucionarias bajaron de las montañas cercanas a La Lucha en lo que se llegó a conocer como la Marcha Fantasma, para tomar Cartago luego de encarnizados combates en El Tejar de El Guarco. Ya en Cartago, se reagrupaban para tomar San José, hecho que a todas luces representaba la posibilidad de un cruento combate. El gobierno del presidente Teodoro Picado Michalski se caía. El partido comunista, liderado por Manuel Mora Valverde, su secretario general, había sido el principal soporte militar en la contienda y representaba la institucionalidad del momento.

Los esfuerzos de algunos por evitar la toma de San José llevaron a que se planteara una reunión secreta de noche en el Alto de Ochomogo. Por un lado asistirían don Pepe y el padre Benjamín Núñez, capellán del Ejército Revolucionario. Por otro lado, Manuel Mora y Carlos Luis Fallas (Calufa).

Pese a sus diferencias, y por encima de la sangre vertida de miles de costarricenses en combates entre las fuerzas que lideraban, ambos fueron capaces de lograr acuerdos. Mora pediría a sus tropas que depusieran las armas. Figueres asumía, y por lo tanto respetaría, las conquistas de los trabajadores, el Código de Trabajo y las garantías sociales que habían sido promovidas por el presidente Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia. Así se evitó un combate por la toma de San José. Mi padre luego fortaleció esas garantías sociales.

Al escribir estas líneas, el crispamiento nacional ha llegado a niveles extraordinarios. El espíritu del Pacto de Ochomogo resulta necesario para conciliar nuestras diferencias y abrirnos camino hacia el bienvivir. Si nuestros antepasados supieron colocarse por encima de la guerra para dar paso a la construcción de la Segunda República, nosotros también debemos dar pasos para dialogar y concertar las mejores opciones para el futuro de Costa Rica.

José María Figueres Olsen

Noviembre, 2020